Transcurridos más de ocho
años desde el inicio, en 2008, de la crisis – quizás sería más propio hablar,
más que de crisis propiamente dicha, de recesión o depresión-, las inquietudes
mencionadas con mayor frecuencia, en el entorno de la empresa familiar en
España, apuntan hacia una demanda de disminución de los tributos que gravan la
actividad de sus negocios. Una aligeración, en definitiva, del marco impositivo
en vigor en la actualidad.
En realidad, se trata de
reivindicaciones asumidas, igualmente, en el entorno de empresas familiares de
otros países y, en particular, de la mayoría de países de nuestro entorno
europeo – occidental.
Existe una percepción generalizada que considera que las iniciativas adoptadas por los sucesivos
gobiernos en este periodo de tiempo tan desfavorable, encaminadas a propiciar
un entorno favorable a la pequeña empresa y a la empresa familiar, han resultado inadecuadas o, como mínimo,
insuficientes.
Parece prioritario que,
desde las distintas administraciones públicas, se acometan reformas urgentes y concretas: reducción
fiscal, simplificación del marco
tributario, relacionar los costos en materia de Seguridad Social con las
cifras reales de negocio, favorecimiento de una mayor colaboración entre las
universidades y las empresas, corrección del elevado nivel de morosidad de las
administraciones públicas con sus proveedores, flexibilización y liberalización
del sector energético, e.t.c.
Se mantiene la confianza
en aspectos consolidados que diferencian a la empresa familiar y que
constituyen los puntos fuertes que definen su posición en el mercado: el diseño, la calidad y la variedad de sus
productos, frente al tamaño, los buenos precios y el posicionamiento de
la marca, característicos de la competencia que, para la pequeña empresa
familiar, supone la gran empresa corporativa.
Los desafíos a los que, en
estos momentos de incertidumbre, se enfrenta la empresa familiar son,
fundamentalmente, en su ámbito interno, la consecución de mano de obra cualificada, y una adecuada política
de control de costes; por el contrario,
en el externo, la evolución
imprevisible de las condiciones del
mercado, las políticas
regulatorias de los gobiernos, o, en el área específica de la exportación,
la incertidumbre derivada del mercado de divisas.
Un factor que afecta de
forma especial a la empresa familiar, el
relevo generacional, constituye
una inquietud específica que se extiende sobre el corto / medio plazo. Existe una convicción
generalizada de que buen número de empresas familiares cambiarán de manos en
los próximos años.
A este respecto, es una
evidencia que un considerable número de
estas empresas carecen de un plan específico
de sucesión. No existe una planificación específica -orientada al destino de la
empresa-, de los actos dispositivos -donación, testamento-, al alcance de las
personas que ostentan la propiedad de la empresa. Tampoco existe un programa de
resolución de posibles conflictos entre miembros de las familias propietarias. Falta
una planificación meditada del impacto fiscal y financiero que entraña la
realidad de la sucesión, o de la transmisión, en la empresa (colocarla, con
tiempo, en situación de “venta” o “sucesión”).
Es cierto, sin embargo, que se percibe una lenta
pero paulatina sensibilización hacia la necesidad, en el seno de la empresa
familiar, de dotarse de instrumentos (Protocolo Familiar), con los que hacer
frente a las situaciones descritas, tan características de este tipo de
empresas. Instrumentos cuya utilización se antoja ineludible, bajo la
perspectiva de un posicionamiento óptimo ante la problemática específica que
aqueja a este tipo de negocios.
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